Para los que estamos decepcionados de los paupérrimos resultados del ejercicio y la forma de democracia existente en España, el espectáculo –no es sino eso- de las elecciones locales en Filipinas es extremadamente desesperanzador, en el sentido de que aún nos queda un margen muy amplio para hacer las cosas peor.
En la ciudad de Manila, uno de los componentes de ese conglomerado ogresco y apelmazado de 15 millones de almas llamado Metromanila, se presentan los dos candidatos favoritos a las próximas elecciones parciales del 13 de mayo: Alfredo Lim (nacido en 1929, actual alcalde de Manila) y Erap Estrada (nacido en 1937, presidente del país desde 1998 hasta 2001). Sus edades confirman dos cosas, ninguna de ellas halagüeñas:
a) que el gusto por el poder no cede conforme se va acercando el momento en que acabemos en el patio de los callados (véanse, si no, las exitosas gerontocracias de Zimbabwe, Argelia, Italia y Cuba).
b) que la vejez no tiene por qué ser signo de experiencia bien asimilada, buen hacer o sabiduría, a juzgar por las payasadas que de hecho y de palabra van soltando cada día en sus esperpénticas campañas.
De poco sirve la democracia si sólo nos sirve para elegir entre el peor, el más malo y el horrendo. En Filipinas los partidos políticos son meros trámites estético-judiciales por los que todos los aspirantes deben pasar para presentarse como candidato a las elecciones. Se votan a las personas de acuerdo con su carisma. No existen ideologías ni discusiones de ideas ni nada parecido, ni tiene sentido, obviamente, en una nación donde la mayoría de la población no tiene ni idea de lo que es ser de izquierdas o de derechas, ni falta que les hace, preocupados como están por tener algo que echarse en su estómago y con que alimentar a su numerosa prole. Votarán, por ende, a quien les regale más camisetas promocionales, prometa un videoke a los niños del barangay o inunde más la calle de carteles con sus espléndidas sonrisas. Por muy orgullosos que estén de la deposición de el dictador Marcos en 1986, no tiene mucha funcionalidad la democracia en un país donde menos de un 30% de la población tiene un nivel educativo aceptable y pertenece a la clase media: es carnaza del populismo más barriobajero y soez y es democrática víctima de las dinastías políticas y las oligarquías. Habrá quien vote consecuentemente y con la mejor de las intenciones, pero desgraciadamente esos votantes no constituyen mayoría y sus candidatos tienen el buen gusto de no ser tan aficionados al show...
En la ciudad de Manila, uno de los componentes de ese conglomerado ogresco y apelmazado de 15 millones de almas llamado Metromanila, se presentan los dos candidatos favoritos a las próximas elecciones parciales del 13 de mayo: Alfredo Lim (nacido en 1929, actual alcalde de Manila) y Erap Estrada (nacido en 1937, presidente del país desde 1998 hasta 2001). Sus edades confirman dos cosas, ninguna de ellas halagüeñas:
a) que el gusto por el poder no cede conforme se va acercando el momento en que acabemos en el patio de los callados (véanse, si no, las exitosas gerontocracias de Zimbabwe, Argelia, Italia y Cuba).
b) que la vejez no tiene por qué ser signo de experiencia bien asimilada, buen hacer o sabiduría, a juzgar por las payasadas que de hecho y de palabra van soltando cada día en sus esperpénticas campañas.
De poco sirve la democracia si sólo nos sirve para elegir entre el peor, el más malo y el horrendo. En Filipinas los partidos políticos son meros trámites estético-judiciales por los que todos los aspirantes deben pasar para presentarse como candidato a las elecciones. Se votan a las personas de acuerdo con su carisma. No existen ideologías ni discusiones de ideas ni nada parecido, ni tiene sentido, obviamente, en una nación donde la mayoría de la población no tiene ni idea de lo que es ser de izquierdas o de derechas, ni falta que les hace, preocupados como están por tener algo que echarse en su estómago y con que alimentar a su numerosa prole. Votarán, por ende, a quien les regale más camisetas promocionales, prometa un videoke a los niños del barangay o inunde más la calle de carteles con sus espléndidas sonrisas. Por muy orgullosos que estén de la deposición de el dictador Marcos en 1986, no tiene mucha funcionalidad la democracia en un país donde menos de un 30% de la población tiene un nivel educativo aceptable y pertenece a la clase media: es carnaza del populismo más barriobajero y soez y es democrática víctima de las dinastías políticas y las oligarquías. Habrá quien vote consecuentemente y con la mejor de las intenciones, pero desgraciadamente esos votantes no constituyen mayoría y sus candidatos tienen el buen gusto de no ser tan aficionados al show...
Así, mientras el demostradamente corrupto Estrada se afana en acusar a Lim de tener las calles llenas de pobres, sucias y mal organizadas, el acusado se vanagloria de haber alcanzado la seguridad y el dinamismo en la finca que administra. Preguntado Lim acerca del progreso de Manila en una entrevista, se acercó a la ventana y dijo (poco más o menos): “¿pero no te parece progreso esas hermosas y luminosas torres de cuarenta pisos que florecen por doquier?” Lim identifica altura de edificios con progreso, sin preocuparse demasiado de que, cuando se muera dentro de no mucho - se me pinta una sonrisa jocoseria al imaginar el solemne funeral de estado que se le hará a semejante benefactor-, dejará un legado de planeamiento urbanístico tan insostenible que lo mejor que le pueda pasar a Manila será que haya un terremoto para empezar a construirla desde cero: las carreteras ya no absorben el tráfico ni a la una de la madrugada y las aceras..., bueno, ¡no hay aceras! ¡Ni parques! ¡Ni paradas de autobús! ¡Y media hora de chaparrón lo inunda todo! ¡Viva el progreso!
LKY y otros analistas tienen por costumbre aludir a Filipinas como ejemplo de democracia fallida. España no aparece en la lista de “failed democracies”, pero debería aparecer -indudablemente. No sirve de nada ejercer el derecho al voto si los partidos funcionan internamente a base de enchufazos y clientelismo, y tienen el saludable hábito de repartirse los cargos a dedo: la democracia se convierte en una pantomima trágica. Para qué queremos la dictadura de la mayoría -el afortunado sintagma es de Borges- si al final la mayoría acaba eligiendo a un bobo que, demostrando fehacientemente que sus papanaterías y su inmoralidad no tienen límites, además podrá ser reelegido y lo será... legítimamente... No tiene ningún sentido si los partidos políticos funcionan sin meritocracia y sin transparencia internas. Eso de que con la democracia cualquiera puede presentarse a las elecciones y ganarlas si acaba siendo votado por un gran número de personas, a parte de ser completamente falso, es perfectamente indeseable. No nos debe gobernar cualquiera, por muy buenas intenciones que albergue. El destino de muchos millones de personas depende de esos líderes. Si para cualquier trabajo bien pagado se pide experiencia, estudios, idiomas y credenciales, ¿por qué no pedirlos a nuestros candidatos a gobernantes? ¿Cuál era la idoneidad de Zapatero y cuál es la de Rajoy y sus acólitos para gobernar España? La democracia no es el destino, no es un fin en sí mismo, como parecen clamar las hordas indignadas y políticamente correctas, porque la democracia, de por sí, no garantiza el bienestar y la prosperidad de los ciudadanos. La democracia es, eso sí, el punto de partida ineludible y eso es algo mucho más complejo que ir a elegir a un gobernante.