Leo, sin sorpresa, el editorial del Inquirer correspondiente al 10 de junio de este 2013. El artículo comenta el malevolente y barriobajero comportamiento de los aficionados hongkoneses que llevaron pancartas de muy mal gusto, tiraron botellas al campo y abuchearon el himno filipino y a los jugadores de su selección nacional en un partido de fútbol que se suponía amistoso. Su título, "the virus of racism", constituye, sin duda, el súmmum de la originalidad y del artificio metafórico periodístico.
La denuncia de racismo es una vil tergiversación o, cuando menos, constituye un pecado de imperdonable ignorancia léxica. Entre los componentes del combinado filipino hay jugadores de todos los colores, incluidos chinoys (filipinos de ascendencia china) y bastantes mestizos (de ahí el apelativo cariñoso que reciben de sus seguidores, "azkals", esto es, chuchos); -por cierto, que entre los mestizos no se incluyen a los chinoys, vaya usted a saber por qué. Así que, si ha sido un ataque racista, no ha quedado muy claro hacia qué raza va dirigida el ataque, a no ser que éste haya sido dirigido a todo lo que tenga que ver con Filipinas, donde, mira por dónde, viven muchos chinos, entre ellos el hombre más rico y el segundo hombre más rico de Filipinas.
Lo que el sesudo periodista ha querido denunciar en un alarde de mezquino victimismo es un ataque xenófobo -algo verdaderamente lamentable y frecuente en los estadios de fútbol. La justa determinación terminológica no es baladí: el rechazo iba contra toda una nación, no contra una determinada morfología genética: no hubo referencias hacia el color de la piel, ni el tamaño de los ojos, ni la altura, ni la inteligencia de los filipinos (suponiendo que ésta venga determinada por la raza). El anónimo redactor del editorial usa otro tropo poético -¡qué cacofonía me ha salido en este último sintagma!-: la sinécdoque. Esto es, hace extensivo a todos los hongkoneses presentes en el estadio lo que hizo una minoría de ruidosos energúmenos. Véase si no, el vídeo. (La noticia referente al partido empieza, por cierto, tras el minuto 1:40, ya que el canal de noticias tuvo la deferencia o el detalle de pensar que es de mayor interés para los filipinos saber qué pasa en la final de la NBA).
Las razones para esta desafección (le robo este sustantivo a los políticos nacionalistas catalanes) son tres:
1. En Hong Kong viven 300.000 filipinas que trabajan como trabajadoras domésticas y sirvientas que constituyen el 3% por ciento de la población y el escalafón laboral más bajo en cuanto a salario, estatus y condiciones de trabajo. (Aunque parezca una obviedad, vale la pena recordarlo: que haya tantas filipinas trabajando en tales condiciones en Hong Kong es, en primer lugar, responsabilidad del gobierno filipino, que, incapaz de proveer puestos de trabajo en el mismo archipiélago, anima veladamente a una diáspora que nutre con sus envíos de dinero el 10% del Producto Interior Bruto del país a través de un activo Department of Overseas Workers que se dedica a presionar a los gobiernos receptores de inmigrantes filipinos para que éstos gocen de unos salarios, derechos y reconocimientos que no pueden -yo diría "no quieren"- dar en casa. Eso explica el insultante "nation of slaves" de la malintencionada pancarta.)
2. Estas malhadadas currantas tampoco contribuyen al buen nombre del país durante su día libre. Los domingos invaden los espacios públicos y los hacen intransitables. La imagen que dan está lejos de ser edificante. Ya pueden imaginarse la cara de los circunspectos hongkoneses al transitar por allí, ya que ellos también tienen la mala costumbre de descansar los domingos. (Tomo la foto prestada de www.guardian.co.uk).
La denuncia de racismo es una vil tergiversación o, cuando menos, constituye un pecado de imperdonable ignorancia léxica. Entre los componentes del combinado filipino hay jugadores de todos los colores, incluidos chinoys (filipinos de ascendencia china) y bastantes mestizos (de ahí el apelativo cariñoso que reciben de sus seguidores, "azkals", esto es, chuchos); -por cierto, que entre los mestizos no se incluyen a los chinoys, vaya usted a saber por qué. Así que, si ha sido un ataque racista, no ha quedado muy claro hacia qué raza va dirigida el ataque, a no ser que éste haya sido dirigido a todo lo que tenga que ver con Filipinas, donde, mira por dónde, viven muchos chinos, entre ellos el hombre más rico y el segundo hombre más rico de Filipinas.
Lo que el sesudo periodista ha querido denunciar en un alarde de mezquino victimismo es un ataque xenófobo -algo verdaderamente lamentable y frecuente en los estadios de fútbol. La justa determinación terminológica no es baladí: el rechazo iba contra toda una nación, no contra una determinada morfología genética: no hubo referencias hacia el color de la piel, ni el tamaño de los ojos, ni la altura, ni la inteligencia de los filipinos (suponiendo que ésta venga determinada por la raza). El anónimo redactor del editorial usa otro tropo poético -¡qué cacofonía me ha salido en este último sintagma!-: la sinécdoque. Esto es, hace extensivo a todos los hongkoneses presentes en el estadio lo que hizo una minoría de ruidosos energúmenos. Véase si no, el vídeo. (La noticia referente al partido empieza, por cierto, tras el minuto 1:40, ya que el canal de noticias tuvo la deferencia o el detalle de pensar que es de mayor interés para los filipinos saber qué pasa en la final de la NBA).
Las razones para esta desafección (le robo este sustantivo a los políticos nacionalistas catalanes) son tres:
1. En Hong Kong viven 300.000 filipinas que trabajan como trabajadoras domésticas y sirvientas que constituyen el 3% por ciento de la población y el escalafón laboral más bajo en cuanto a salario, estatus y condiciones de trabajo. (Aunque parezca una obviedad, vale la pena recordarlo: que haya tantas filipinas trabajando en tales condiciones en Hong Kong es, en primer lugar, responsabilidad del gobierno filipino, que, incapaz de proveer puestos de trabajo en el mismo archipiélago, anima veladamente a una diáspora que nutre con sus envíos de dinero el 10% del Producto Interior Bruto del país a través de un activo Department of Overseas Workers que se dedica a presionar a los gobiernos receptores de inmigrantes filipinos para que éstos gocen de unos salarios, derechos y reconocimientos que no pueden -yo diría "no quieren"- dar en casa. Eso explica el insultante "nation of slaves" de la malintencionada pancarta.)
2. Estas malhadadas currantas tampoco contribuyen al buen nombre del país durante su día libre. Los domingos invaden los espacios públicos y los hacen intransitables. La imagen que dan está lejos de ser edificante. Ya pueden imaginarse la cara de los circunspectos hongkoneses al transitar por allí, ya que ellos también tienen la mala costumbre de descansar los domingos. (Tomo la foto prestada de www.guardian.co.uk).
3. La razón de más peso es que aún está muy fresca en la memoria el secuestro del autobús en el que murieron ocho turistas hongkoneses a manos de un airado policía debido, sobre todo, a una torpísima gestión por parte del benemérito Alfredo Lim, alcalde por entonces de Manila, del que ya he dicho algo en alguna otra parte. (El trágico evento tuvo mucho de show y su análisis merece un artículo aparte).
Estas razones, sin embargo, explican, aunque no justifican en ningún caso, el comportamiento simiesco de los hinchas hongkoneses.
Por otro lado -y aquí yo quería llegar- no deja de ser chocante que el destacado editorialista ponga un ojo en el mal llamado "racismo" hongkonés y no haga mención del racismo que se vive en casa: todo los anuncios televisivos filipinos presentan actores de piel clara, en los concursos de televisión los presentadores son seres blanquecinos y sonrientes rodeados de un populacho moreno y ruidoso que le ríe las gracias, los panfletos que promocionan condominios se ilustran con personas de raza caucásica o, en el mejor de los casos, chinoys de piel clarucha; la mayoría de los jabones son del tipo "whitening", y comprarse una protección solar que no blanquee la piel constituye una misión de gran dificultad; las chicas que promocionan productos en los centros comerciales podrán ser feas o guapas, altas o bajas, pero nunca morenas; la posibilidad de que una buena cantante alcance el éxito depende más del color de su piel que de su voz (véase Charice que, por cierto, ya se ha apresurado a blanquear despiadadamente su piel). Y en esta búsqueda angelical en pos de la blancura y la pureza, el epítome apoteósico de la claridad viene representado ni más ni menos que por la hermana del mismo presidente, doña Kris Aquino, que se autodenomina, sin pizca de ironía, "Queen of All Media".
La blancura, la guapura y el estatus social constituyen un triunvirato inamovible e indiscutible dentro de la sociedad filipina y, al menos, en el ámbito público, no se ha alzado ni una sola voz para denunciar la discriminación que padecen los que han nacido con el genotipo evolutivo que les proporciona una piel oscura. No sólo eso, sino que se asume como un hecho de lo más natural incluso por los mismos afectados, lo cual constituye una forma altamente refinada y complaciente de martirologio dérmico. Un análisis de esta "White Skin Obsession" filipina se encuentra en este excelente artículo.
En pocas palabras, lo que quería decir es que bien se apresuran algunos filipinos a denunciar el racismo fuera de sus fronteras mientras se ejerce diariamente con la mayor naturalidad dentro de su país.
Por cierto, que Filipinas acabó ganando el partido por uno a cero. Menos mal.
Estas razones, sin embargo, explican, aunque no justifican en ningún caso, el comportamiento simiesco de los hinchas hongkoneses.
Por otro lado -y aquí yo quería llegar- no deja de ser chocante que el destacado editorialista ponga un ojo en el mal llamado "racismo" hongkonés y no haga mención del racismo que se vive en casa: todo los anuncios televisivos filipinos presentan actores de piel clara, en los concursos de televisión los presentadores son seres blanquecinos y sonrientes rodeados de un populacho moreno y ruidoso que le ríe las gracias, los panfletos que promocionan condominios se ilustran con personas de raza caucásica o, en el mejor de los casos, chinoys de piel clarucha; la mayoría de los jabones son del tipo "whitening", y comprarse una protección solar que no blanquee la piel constituye una misión de gran dificultad; las chicas que promocionan productos en los centros comerciales podrán ser feas o guapas, altas o bajas, pero nunca morenas; la posibilidad de que una buena cantante alcance el éxito depende más del color de su piel que de su voz (véase Charice que, por cierto, ya se ha apresurado a blanquear despiadadamente su piel). Y en esta búsqueda angelical en pos de la blancura y la pureza, el epítome apoteósico de la claridad viene representado ni más ni menos que por la hermana del mismo presidente, doña Kris Aquino, que se autodenomina, sin pizca de ironía, "Queen of All Media".
La blancura, la guapura y el estatus social constituyen un triunvirato inamovible e indiscutible dentro de la sociedad filipina y, al menos, en el ámbito público, no se ha alzado ni una sola voz para denunciar la discriminación que padecen los que han nacido con el genotipo evolutivo que les proporciona una piel oscura. No sólo eso, sino que se asume como un hecho de lo más natural incluso por los mismos afectados, lo cual constituye una forma altamente refinada y complaciente de martirologio dérmico. Un análisis de esta "White Skin Obsession" filipina se encuentra en este excelente artículo.
En pocas palabras, lo que quería decir es que bien se apresuran algunos filipinos a denunciar el racismo fuera de sus fronteras mientras se ejerce diariamente con la mayor naturalidad dentro de su país.
Por cierto, que Filipinas acabó ganando el partido por uno a cero. Menos mal.